La nevada
Pronto la nevada se volvió ventisca. Era tan fácil perderse de aquella forma. El camino dejó de existir. El bosque se volvió mudo. La vida chispeante, ahora parecía muerte insonora y la cabaña, pasó de meta a convertirse en un paraíso para la supervivencia. La piel carecía de sensibilidad y calor alguno. Parecía que el final más estúpido se acercaba a pasos agigantados. Todo estaba en la mente, porque en el corazón, tan sólo era otro día en el bosque, con nieve y viento, nada más.
Hoy todo parecía más nefasto, aterrador, doloroso..... Pero tan sólo era el estar enfermo, sin fuerzas, sin futuro, sin esperanza, simplemente ¡¡Sin Vida!!
La tarde envejecía. La luna no aparecería hoy. La cabaña cada vez más cerca, porque no hacía falta ver el camino para saber que el instinto te llevaba justo donde tantas veces te lleva. Centenares de veces se recorrió esos mismos metros, con lluvia, sol, calor, frío, nevadas o sequía.... Eran siempre los mismos metros, tan sólo variaba las circunstancias, el estado de salud o ánimo, la compañía o la soledad, la velocidad o la carga.... Siempre los mismos metros, siempre los mismos metros, siempre..........
Cuando las fuerzas eran las mínimas, la piel dolía por casi entrar en punto de congelación, cuando los dedos parecían que se romperían por ello, ahí estaba la cabaña, la última esperanza hecha refugio. La chimenea humeaba como alzándose ser victoriosa en la horrible situación, contrastando su humo oscuro entre la claridad que caía despacio y suave del cielo.
La maldita puerta, haciéndose la interesante, se negaba a abrir. Maldecida mil veces por su estúpida resistencia, terminó por ceder. La blanca nieve que se sujetaba en ella, entró en la cabaña y ella fue la que ahora era maldecida al imponerse en la clausura contra el viento racheado que ahora arreciaba por segundos empujando los delicados copos de forma violenta contra todo lo que se cruzaba a su paso, que ahora era, la cara, la puerta abierta y las ventanas, junto ese lateral de la cabaña.
Ahora comenzando la noche y a resguardo en la cálida cabaña, el dolor de la piel, pies y manos entumecidas, hacían su aparición. Tomando calor no muy cerca del fuego de la chimenea, toda la sangre comenzaba su caminar por las venas. Minuto a minuto, el dolor crecía hasta que llegó a su clímax para descender. Momento para atizar el fuego y añadir más leña seca.
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